viernes, 20 de julio de 2012

Yo soy hereje, no creo en el progreso.


Cayó el muro de Berlín, con él la Historia, en el sentido de lucha de sistemas (recordemos El fin de la Historia de Francis Fukuyama). El capitalismo se había erigido como el último sistema que nos llevaría a un desarrollo infinito, todo era optimismo, confianza y el famoso progreso, escuchado hasta la saciedad, hasta convertirlo en el Dios del siglo XXI. Todo el mundo venera el progreso, todo vale en nombre de este, ahora en Occidente no se mata en nombre del Cristianismo, ahora se devasta en nombre del progreso, arrasando en nombre de una vida mejor, de un camino que no sabemos a donde nos lleva pero que seguimos por fe, fe en el progreso.
Superamos el efecto 2000, las máquinas no se habían enajenado, seguían cumpliendo su cometido, todo era fenomenal, vivíamos en una fiesta continua. Incluso hasta desaparecían los miedos, un miedo que podría ser el principal diferenciador de las sociedades occidentales desde siglos pretéritos. El capitalismo vivía su época dorada, nada hacía indicar que fuese a parar su ritmo, cualquier persona podía hacerse millonaria, los bancos prestaban dinero por confianza, creían en el progreso. Era una economía insaciable, que se autorregula y que había derrocado a ese diablo vestido de rojo que en lugar de llevar un tridente llevaba una hoz y un martillo, que puso en peligro el venerado progreso, pero que el Mesías capitalismo capaz de hablar y actuar en nombre del progreso logró vencerlo poniendo a salvo los intereses de ese mudo libre.
Pero en el año 2008 se detectó un cáncer en este dulce sueño, se avistaron síntomas de grave enfermedad en el motor de la economía, más conocido como EE.UU. La subida de materias primas, concretamente el petróleo. Supuso un fuerte golpe para algo tan divino como el progreso, se estancó el proceso globalizador. Los países desarrollados se ven contra las cuerdas. Empieza una auténtica guerra encubierta, no una guerra al uso, una auténtica guerra económica. Las naciones juegan partidas de póquer, inflan sus datos para mostrar que sus economías son fuertes y poderosas. En nombre de la crisis se adoptan medidas, unas medidas que llegan tarde y mal. La situación sigue empeorando y se empiezan a plantar en el subconsciente colectivo una serie de conceptos, de ideas que influyen en la opinión pública:
-Estamos en crisis, en consecuencia debo reducir la plantilla, al haber más mano de obra que demanda, los salarios bajan considerablemente de manera automática. Además los derechos del trabajador, se han convertido en una especie de lacra, el origen del mal y hay que erradicarlo con mano firme, en algunos países entre lágrimas de cocodrilo y en otros entre aplausos. En un lustro han derribado lo que se logró a base de lucha,  esfuerzo y mucho, mucho sufrimiento de las personas que dan vida a la vida, en cualquier aspecto, desde la economía a la política. El mundo no se mueve gracias a las máquinas, ni al petróleo. El mundo se mueve gentileza de la clase media, la que equilibra las riquezas, la que hace que funcione el planeta
-Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, por eso ahora debemos pagar nuestros excesos. Entre todos debemos “apretarnos el cinturón”. ¿Quién ha vivido por encima de sus posibilidades? ¿Tengo que pagar yo los platos rotos? ¿Por qué? ¿Quién me lo dice? ¿Yo, como clase media o clase baja tengo que pagar la fiesta? Porque voy a pagar los gastos de una fiesta, una orgía económica que no he participado y que no me han invitado. Pues por surrealista que parezca ese mensaje a calado en la sociedad y se aprecia un sentimiento de culpa sin sentido, por personas que lo único que han contribuido ha sido a llenar los bolsillos a una pequeña oligarquía dominante que se escode detrás de una falsa democracia, libertad y como no del divino progreso.
-La culpa del paro es de los propios trabajadores, me asombro ver como nos echamos las culpas los unos a los otros. Que si estoy en paro por culpa de los sindicatos o por los que se ponen enfermos y van al médico y el siempre maltratado funcionario o al parado que se le acusa de vividor. Mientras nos peleamos y nos pasamos la culpa entre nosotros, un pequeño grupo, una cúpula a la que me niego a llamar élite se beneficia y sigue incrementando la presión ante una sociedad que cada vez se queda más diferenciada entre muy ricos y pobres.
Aunque a día de hoy muchas personas son arduos economistas, grandes espías que destapan los grandes lobbies o sociedades secretas que mueven el mundo. Mi intención no es aportar la fórmula que siga con el progreso, no quiero señalar. Más que nada porque a día de hoy es cuando más información tenemos, es tal la sobredosis que me produce que no soy capaz de poder resolver las grandes cuestiones económicas que hay sobre el tapete. Solo quiero denunciar que aunque no vea la auténtica realidad, pues el mundo en el que vivo lo considero demasiado complejo para mi mente, sí que no me creo esta pantomima de sistema que nos quieren vender, el político ha perdido el poder frente a un ente que no soy capaz de distinguir de forma física y al que llaman los mercados, una especie de Mesías que defiende la voluntad del Dios todopoderoso, más conocido como el progreso.
Pues yo persona física le declaro la guerra al mercado y al progreso. No creo en ustedes, soy un hereje del sistema. Yo solo creo que en el bien común en nombre de la clase media, sí ya lo se, soy consciente de mi blasfemia, no me importa, no tengo nada que perder. Solo que ganar. Soy consecuente con la idea que la fuerza reside en las personas que le damos sentido a la vida, las mismas que están siendo masacras en esta guerra, una guerra económica, en la que se han cambiado los proyectiles por las primas de riesgo, las políticas austeras que nos quitan nuestros derechos. No nos quitan el pan, pero sí el trabajo que es fuente de vida. Ahora los campos de concentración son imaginarios se encuentran en nuestras casas, de las que no podemos salir porque nos tienen sometidos, yo soy joven, estoy formado y no tengo trabajo, he luchado contra las adversidades, el esfuerzo de mi formación ha quedado en vano… Lo siento no es tan fácil, este postmodernista ha despertado del letargo de la inopia. Os declaro mi guerra ideológica, renuncio al postmodernismo, al progreso y al poder de los mercados, me declaro cívico y creo en el poder de la clase media y en la política. Por mucho que quieran terminar con la política, no podrán, pues como ya señaló Aristóteles: “el ser humano es un ser político por naturaleza” solo hay que formarlo e independizarlo del yugo del mercado.
No temo en mirar atrás si es para mejorar o para denunciar abusos. La Historia debe mostrar el testimonio de los vencidos, no olvidar las injusticias acaecidas para que no vuelvan a suceder. Hay que terminar con la idea que está expandida en la sociedad, sobre que cualquier idea nueva será mejor que lo que tenemos, se le ha dado rango de ley científica erróneamente. Volvamos atrás para llegar más lejos, no tengamos miedo a mirar el pasado, ni a buscar respuestas.